martes, 16 de septiembre de 2008

La vuelta a la tortilla

Creo que cambiar de trabajo y de país me ha supuesto un cierto choque emocional que me ha hecho no ser objetivo en algunas de mis opiniones con respecto al comportamiento de los rumanos. De repente, he empezado a pensar que el que un camarero no sonría en el restaurante es un problema individual, que tiene una causa achacable y criticable en la persona que no sonríe. Y me olvido de lo social demasiado a menudo. Quizás sea por el aislamiento al que estoy sometido aquí, donde no puedo aun comunicarme fluidamente y decir lo que pienso a la gente que se cruza conmigo en situaciones cotidianas.

Es cierto que los rumanos son antipáticos en general, por lo menos en su trabajo, que no cuidan el detalle y las relaciones, que dejan las cosas a medias y que no atienden con educación y simpatía al cliente. Pero, quizás no tengo en cuenta que esos rumanos ganan muy poco dinero en su trabajo y que los precios para sobrevivir son casi iguales a España. Acaso olvido que unos pocos son multimillonarios y actúan como tal, con desprecio a los que no lo son, mientras la mayoría tiene que trabajar por nada y necesita mucho para vivir.

Quizás no hay que criticar tanto al individuo y mas al sistema que aquí es bastante mas explotador, si cabe, que en España. Debería seguir criticando mas a los trabajadores españoles que dicen sí a todo y que a pesar de que su hipoteca es cada vez mas alta y su nivel de vida mas bajo agachan las orejas como si nada y siguen viendo la televisión conpulsivamente, pagando su piso con religiosidad, y sonriendo al cliente que, encima, suele exigirle que le sirva como si se tratar del único cliente sobre la tierra.

Los rumanos se parecen cada vez mas a los españoles en ese sentido. Pero quizás tengan esa resistencia interior que analiza James C. Scott en su obra maestra Los dominados y el arte de la resistencia (editado por ejemplo en Txalaparta, una de las pocas editoriales que se publican en la península Ibérica y que no censuran las visiones diversas de las cosas). En este libro se cita un proverbio etiope que ejemplifica bien esa forma de resistencia, dice así:

"Cuando el gran señor pasa, el campesino sabio hace una reverencia y silenciosamente se echa un pedo".

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